En el
pueblo no hay calles ni veredas. Tampoco hay autos ni motos ni bicicletas. La
única forma de ir de un sitio a otro es a través de pasarelas. El pueblo entero
está construido a partir de esta premisa. Un pueblo de pasarelas. Esta
curiosidad se suma a sus postales azules y al aura tibia de sepia que lo
envuelve.
Podría
contar para qué fui, de qué escapaba. Pero aún no. No es la forma. Recuerdo las
palabras de Kafka en ese breve cuento que es “La partida”. Un sirviente pregunta
a su amo, listo para partir a caballo, si conoce su destino, a lo que el amo
replica: “Sí. Te lo he dicho ya. Irme de aquí, ese es mi destino”.
En
ocasiones la única forma de afirmar algo sobre la vida es a partir de
negaciones. Es tonto sostener que las palabras nos apresan, como si cualquier
cosa dicha en cualquier momento pudiera ser utilizada para juzgar cualquier
otra cosa dicha en cualquier otro momento. Si así fuera nadie podría
hablar más allá de sus 15 años. La coherencia, mirada así, es un valor
inútil, solo digno para una piedra. Sin embargo resulta difícil negar que no
podemos escapar de lo que hacemos, y mucho menos de lo que no hacemos. Alguien
podría argüir, y con razón, que decir es hacer, pero debería admitir
que es una forma tan ligera y a veces tan inconsciente de hacer, que no merece
realmente condena.
No
pensé nada de esto en ese momento. Sólo salí de la cabaña y me puse a andar por
el pueblo. Había una pasarela principal que conectaba como un río los lugares
centrales. Uno podía ir por ella ciegamente y en algún momento se toparía con
la oficina de turismo, con la pequeña y pintoresca municipalidad, con el
muelle, los locales de excursiones, la oficina mínima de seguridad social, el
almacén. Naturalmente, del gran río se desprendían brazos más pequeños donde
por lo general estaban las casas de los residentes. El día anterior no había
hecho más que buscar alojamiento. El sol se había puesto alrededor de las 21:30
y exhausto me dormí enseguida. Ahora estaba viendo el pueblo por primera vez.
Recorrí las pasarelas rodeado nuevamente de ñires, lengas y coihues. El
sur es magnético. No sabría decir bien qué es. Lo primero que se me ocurre es
evocar las cosas que lo componen: las pequeñas hojas oscuras de los árboles,
los innumerables lagos y ríos, la nieve, el frío, las montañas, los volcanes,
las truchas, los zorros. Hay algo en todo eso que ejerce una fuerza atractiva
muy poderosa, si no sobre el cuerpo al menos si sobre la memoria, y uno quiere
volver apenas se ha ido. Pero yo no estaba de vuelta ni pensaba irme pronto.
Mientras
caminaba me encontré con el viejo que antes había visto desplazarse a paso
lento desde la ventana. Lo saludé afectuosamente. Era fácil intuir que en algún
sentido eso me acercaba a la comunidad de la caleta. Pero el viejo no me
devolvió el saludo. Ni siquiera pareció escucharme. No levantó la cabeza de las
roídas tablas de coihue y siguió andando, lento, un poco inclinado, sin hacer ni
un mínimo movimiento. No supe si tener vergüenza o enojarme. Quizás está
un poco sordo, pensé, y le hablé de nuevo, más fuerte. Pero no reaccionó. Siguió
deslizándose, sosteniéndose con su temblorosa mano derecha de la baranda. De
pronto me encontré casi gritándole a un anciano en medio de una pasarela en mi
primer día en el pueblo.
Una
chica que pasaba se detuvo entre los dos. Me miró con ojos de ardilla y me tomó
del brazo alejándome unos metros.
-¿Qué
estás haciendo? –me dijo.
-Perdón,
pero no me hablaba, y lo saludé.
-¿Y
por qué tiene que responderte?
-¿Por
educación?
-¿Si?
¿Por educación?
-Me
parece.
-Te
parece mal.
-¿Por
qué?
-Porque
tu educación y la de él no es la misma.
-¿No
es correcto en todos lados devolver un saludo?
-Nada
es correcto en todos lados
Y se
dio la vuelta para ayudar al viejo.
Ya de
espaldas, dijo casi para sí: “los argentinos siempre creen que su forma es la
única forma”.
Se
llamaba Laura. Y también era argentina. Vivía en la caleta desde hacía 3 años,
y como todo argentino odiaba a los argentinos. A veces los extrañaba, pero la
mayor parte del tiempo nos dedicaba grandes manifiestos de desprecio. Me
pregunto si esto le pasará a todos los seres humanos con sus respectivos
compatriotas o si será un extraño privilegio que ostentamos.
En cualquier caso ese fue nuestro primer
encuentro. Y ya empezaba a enseñarme cosas.
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