jueves, 12 de junio de 2014

Caleta Baker 3

En el pueblo no hay calles ni veredas. Tampoco hay autos ni motos ni bicicletas. La única forma de ir de un sitio a otro es a través de pasarelas. El pueblo entero está construido a partir de esta premisa. Un pueblo de pasarelas. Esta curiosidad se suma a sus postales azules y al aura tibia de sepia que lo envuelve.
Podría contar para qué fui, de qué escapaba. Pero aún no. No es la forma. Recuerdo las palabras de Kafka en ese breve cuento que es “La partida”. Un sirviente pregunta a su amo, listo para partir a caballo, si conoce su destino, a lo que el amo replica: “Sí. Te lo he dicho ya. Irme de aquí, ese es mi destino”.
En ocasiones la única forma de afirmar algo sobre la vida es a partir de negaciones. Es tonto sostener que las palabras nos apresan, como si cualquier cosa dicha en cualquier momento pudiera ser utilizada para juzgar cualquier otra cosa dicha en cualquier otro momento. Si así fuera nadie podría hablar más allá de sus 15 años. La coherencia, mirada así, es un valor inútil, solo digno para una piedra. Sin embargo resulta difícil negar que no podemos escapar de lo que hacemos, y mucho menos de lo que no hacemos. Alguien podría argüir, y con razón, que decir es hacer, pero debería admitir que es una forma tan ligera y a veces tan inconsciente de hacer, que no merece realmente condena. 
No pensé nada de esto en ese momento. Sólo salí de la cabaña y me puse a andar por el pueblo. Había una pasarela principal que conectaba como un río los lugares centrales. Uno podía ir por ella ciegamente y en algún momento se toparía con la oficina de turismo, con la pequeña y pintoresca municipalidad, con el muelle, los locales de excursiones, la oficina mínima de seguridad social, el almacén. Naturalmente, del gran río se desprendían brazos más pequeños donde por lo general estaban las casas de los residentes. El día anterior no había hecho más que buscar alojamiento. El sol se había puesto alrededor de las 21:30 y exhausto me dormí enseguida. Ahora estaba viendo el pueblo por primera vez. Recorrí las pasarelas rodeado nuevamente de ñires, lengas y coihues. El sur es magnético. No sabría decir bien qué es. Lo primero que se me ocurre es evocar las cosas que lo componen: las pequeñas hojas oscuras de los árboles, los innumerables lagos y ríos, la nieve, el frío, las montañas, los volcanes, las truchas, los zorros. Hay algo en todo eso que ejerce una fuerza atractiva muy poderosa, si no sobre el cuerpo al menos si sobre la memoria, y uno quiere volver apenas se ha ido. Pero yo no estaba de vuelta ni pensaba irme pronto. 
Mientras caminaba me encontré con el viejo que antes había visto desplazarse a paso lento desde la ventana. Lo saludé afectuosamente. Era fácil intuir que en algún sentido eso me acercaba a la comunidad de la caleta. Pero el viejo no me devolvió el saludo. Ni siquiera pareció escucharme. No levantó la cabeza de las roídas tablas de coihue y siguió andando, lento, un poco inclinado, sin hacer ni un mínimo movimiento. No supe si tener vergüenza o enojarme. Quizás está un poco sordo, pensé, y le hablé de nuevo, más fuerte. Pero no reaccionó. Siguió deslizándose, sosteniéndose con su temblorosa mano derecha de la baranda. De pronto me encontré casi gritándole a un anciano en medio de una pasarela en mi primer día en el pueblo.
Una chica que pasaba se detuvo entre los dos. Me miró con ojos de ardilla y me tomó del brazo alejándome unos metros.

-¿Qué estás haciendo? –me dijo.
-Perdón, pero no me hablaba, y lo saludé.
-¿Y por qué tiene que responderte?
-¿Por educación?
-¿Si? ¿Por educación?
-Me parece.
-Te parece mal.
-¿Por qué?
-Porque tu educación y la de él no es la misma.
-¿No es correcto en todos lados devolver un saludo?
-Nada es correcto en todos lados

Y se dio la vuelta para ayudar al viejo.
Ya de espaldas, dijo casi para sí: “los argentinos siempre creen que su forma es la única forma”.

Se llamaba Laura. Y también era argentina. Vivía en la caleta desde hacía 3 años, y como todo argentino odiaba a los argentinos. A veces los extrañaba, pero la mayor parte del tiempo nos dedicaba grandes manifiestos de desprecio. Me pregunto si esto le pasará a todos los seres humanos con sus respectivos compatriotas o si será un extraño privilegio que ostentamos.
En cualquier caso ese fue nuestro primer encuentro. Y ya empezaba a enseñarme cosas.

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